Cine y literatura de EE. UU. han forjado una percepción de la Chicago de los años 20 marcada por la mafia, actividades ilícitas, prostitución, bebidas prohibidas (el prohibicionismo vigente de 1920 a 1933 propició el contrabando), entre otros. La realidad es que tales sucesos eran cotidianos y los periódicos frecuentemente reportaban diversos delitos. No obstante, uno en particular causó una conmoción extraordinaria, conocido como ‘Delito del Siglo’, que ahora celebra su centenario.
Este macabro hecho data de 1924 y tiene vinculación con la industria automotriz. Un modesto automóvil rentado fue central en la estratagema de dos jóvenes, Nathan Freudenthal Leopold y Richard Albert Loeb, de 19 y 17 años respectivamente, provenientes de hogares pudientes y capaces de obtener cuanto desearan.
Ambos cursaban estudios en la Universidad de Chicago y poseían gran inteligencia. Motivados por la filosofía del ‘Superhombre’ de Nietzsche (Übermensch en alemán), intentaron probar su preeminencia intelectual ejecutando un “homicidio inmaculado”, según manifestaron posteriormente.
Un reciente emprendimiento: la renta de automóviles
Con el fin de probar su hegemonía, comenzaron perpetrando pequeñas fechorías, tales como hurtos y vandalismo. Sin embargo, Leopold y Loeb se creían superiores, por lo que concibieron asesinar impecablemente, buscando sentir la adrenalina de eludir las consecuencias subsiguientes.
Durante siete meses, idearon meticulosamente su delito. Rentar un auto se convirtió en uno de los aspectos álgidos del plan, una iniciativa emergente entonces, con origen en Chicago. Loeb era propietario de un Willys-Knight, pero por su llamativo color rojo y detalles cromados, resultaba demasiado ostentoso y fácilmente identificable por cualquier posible testigo. Por tanto, requirieron de un medio de transporte óptimo para consumar el ‘homicidio inmaculado’.
El precursor de los negocios de alquiler de autos fue fundado en 1920. Walter L. Jacobs, un comerciante de autos de Chicago, inició con una dotación de 12 Ford modelo T usados lo que eventualmente sería el germen del actual gigante Hertz, inicialmente adquirido por John Hertz, famoso por Yellow Cab, y posteriormente transformado en una filial de General Motors.
En esos tiempos, quienes alquilaban automóviles solían estar vinculados a la faceta más sombría de la legislación. Surtidores ilegales, sicarios de la mafia (en el auge de Al Capone)… individuos que encontraban favorecedor variar de vehículo frecuentemente y siempre bajo distintas placas vehiculares. Con el paso del tiempo, la industria comenzó a atraer clientes ‘más honorables’.
El ‘Delito del Siglo’
En 1924, Leopold y Loeb procuraron un Willys-Knight de una empresa de Rent-A-Car, idéntico al que poseía Loeb pero menos ostentoso, empleando para ello una identidad falsa. Una vez en posesión del coche rentado, recorrieron dos horas hasta dar con el primo segundo de Loeb, Bobby Franks, un joven de escasos 14 años, de ascendencia igualmente opulenta.
Incorporaron a Franks en el vehículo, lo golpearon brutalmente y lo estrangularon. La opinión predominante entre los historiadores es que fue Loeb quien acabó con su vida, mientras Leopold estaba al volante, pero durante el interrogatorio, ambos alegaron haber estado manejando. Ocultaron el cuerpo sin vida en la zona posterior del auto y siguieron conduciendo hasta el crepúsculo. Posteriormente, arrojaron el cuerpo desnudo en el conducto de una alcantarilla.
El asesinato estuvo lejos de ser impecable
Ambos jóvenes aspiraban a probar su preeminencia cerebral, más no lo consiguieron. Los detuvo la policía casi al instante. Ni siquiera se les dio tiempo para que el progenitor de Bobby Franks pudiera entregar el dinero falso del rapto que intentaron extorsionar de la familia a cambio de la liberación, ya que se le notificó del deceso de su hijo antes. Un transeúnte halló el cuerpo sin vida y, adyacente a este, unos lentes únicos que se habían realizado para solamente tres individuos en todo el planeta. Uno de esos individuos resultó ser Nathan Leopold.
Leopold aseguró a la policía que la noche del suceso estaba paseando en el carro de sus padres junto a dos señoritas desconocidas. No obstante, el chofer de la familia Leopold atestiguó que el carro no había salido del garaje esa noche. Al final, Leopold y Loeb confesaron de forma independiente, aunque cada uno sostuvo que había estado al volante y que su cómplice fue el verdugo del homicidio. La resonancia del caso fue tal que la prensa lo denominó el ‘Crimen del siglo’.
Para sorpresa de muchos, ninguno experimentó el más mínimo remordimiento. Es más, reconocieron que, dada la ocasión, repetirían el homicidio. Se declararon responsables y su defensor, el conocido abolicionista Clarence Darrow, persuadió al tribunal durante 12 horas a que no merecían la pena capital. Les impusieron una pena de prisión de 99 años. Loeb falleció en 1936 durante un ilícito enfrentamiento con otro internado, mientras que Leopold fue liberado bajo palabra y pasó sus últimos 13 años en Puerto Rico hasta su defunción en 1971.